Por Eldys Baratute.
Era jueves y estaba cansado. Trabajo, tramites interminables que ralentizan tu llegada a la meta, cualquier meta, trabajo otra vez, desidia, más trabajo, una expo al final del día, lejos de casa, de mi circuito habitual. Era jueves y me llegué al Museo de Migraciones con la seguridad de que “Movilidades disidentes”, curada por Laura Recalde, sería algo más de lo mismo, una expo quizás valiosa como espacio de defensa de una minoría a la que pertenezco, no más.
Era jueves y uno aterriza el jueves al anochecer con el cansancio acumulado del que empieza a trabajar un lunes bien temprano. Era jueves y al llegar al Mumi, Laura Recalde, Luis Bergatta (director del museo y coordinador de la muestra) y sus invitados, me hicieron entrar en un mundo otro, paralelo a una realidad que bordeaba las paredes del museo, un mundo en el que la comunidad LGTBIQ+ que emigra es mucho más que una bandera, un estatus legal, una cédula, un currículo para conseguir trabajo, un acto de violencia física o simbólica, o sexo, o páginas de ligue, o derechos lesionados y reclamados.
Era jueves y el cansancio se me fue disipando mientras escuchaba a Laura, a Luis, a Andrés Scagliola (alguien que habla con la emoción de quién comparte su verdad y con orgullo), a Sebastián Suárez (museógrafo), Alejandro Nion y los embajadores de Francia y Suiza, respectivamente, Virginie Bioteu y Álvaro Borghi.
Puedo asegurar que cuando uno emigra comienza a ser otra persona. Se dejan muchas cosas atrás, demasiadas. Esas que por lo general te hacen la persona que has sido. Libros, amigos, familia, objetos cuyo verdadero valor desconocías hasta ese momento: una cama personal que te regaló tu abuela cuando eras un niño, la taza del café sin asa, pequeñas piezas de barro, las postales de un cumple, los discos que ya nadie usa pero atesoras, la vida que has vivido y que solo cabe en el recuerdo.
“Movilidades disidentes” refleja exactamente eso. De ahí su originalidad, su ir más allá, su mostrar las esencias. Eso que somos, por sedimentación, las personas LGTBIQ+ que alguna vez dejamos tierra firme. Y detrás de esos recuerdos (la muestra no es lo que vemos sino lo que nos invita a evocar), si escuchas con atención, puedes percibir el grito de dolor por una movilidad que muchas veces no es voluntaria. A pesar de eso Laura no se recrea en el dolor, en el “salir” o “llegar”, como ella misma dijera, sino en “ese estarse quieto”, en el que construimos cuando estamos estacionados, en qué significa sentirnos solos, realmente solos, qué sentimos, a qué cosas materiales nos aferramos.
Era jueves y pude robarme a la curadora unos minutos para que me dijera por qué exactamente concebir la muestra así y no de otra de las mil maneras de hacerlo.
La muestra lo que busca es volver a las experiencias en primera persona y tiene que ver también con una justicia histórica de voces silenciadas. Se da en un contexto en donde vivimos tiempos a nivel mundial de mucha violencia hacia los colectivos, en donde es necesario seguir revindicando los derechos de diversas maneras. Para mí lo necesario hoy es volver a lo común, es volver a lo que nos une, entender que tienes que compartir lo que nos une a todos como sociedad. Aquí hay memorias, hay recuerdos, hay parte de nuestras infancias que son iguales para todos. Y aunque la movilidad de las personas LGTBIQ+ se da por violencia, por discriminaciones, el colectivo no solo vive violencia, también hay amor, hay dudas; la vida es más compleja, a veces nos movemos internamente para poder ser primero. Siempre es huida o llegada, siempre es violencia, siempre es estereotipo y negar la vida que logras es negar la vida también.
Movilidades disidentes no niega la vida, por el contrario, se aferra a ella. Aferrarse a lo que dejaste, pero al mismo tiempo a lo que vas construyendo en el presente, es también aferrase a la vida.
Verano y primavera
Vacaciones. Desayuno:
Tostadas con manteca, butifarra. El carnaval de todos
los años a la misma hora.
Tardes lentas. Recuerdos de
un viaje que empezó hace
mucho y sin embargo no
comienza aún. El sonido de la
hamaca, las cadenas
herrumbradas, el viento. Un
espacio abrumadoramente
solitario.
En este texto, exhibido como parte de la expo, se resume un poco lo dicho por Laura. Ahí están los olores, los sabores, la zona de confort que se abandona, se construye, se abandona otra vez, se vuelve a hacer, el tiempo que todo lo cura y todo lo oxida, el silencio, el ruido, las imágenes que se despiertan en nuestra memoria evocando una vida otra, la soledad, siempre hay soledad cuando se emigra, la compañía que alivia, el abrazo, el sentir.
Un rato después, cuando le comentaba mi experiencia a otra inmigrante, ella me preguntó por qué exactamente escogieron el Mumi para la muestra, y aunque pudiera haberle explicado que un Museo es un organismo vivo que responde a las necesidades de su entorno, que el Mumi, según los presentes, es parte del alma de una comunidad formada por minorías y mayorías y cualquier otro argumento de historia del arte, preferí decirle que para hablar del hombre y sus sentimientos todos los espacios son válidos.
Los nombres de Damián Lezama, Éphrem Hurel, Diego Beares, Freddy González, Paula Espino, Karem Barboza, Pablo Gabriel Santos, Soraya Persincula, Alexander Gil, Thomás Berton y Alexis Reyes, no podían quedar fuera de esta nota. Ellos hicieron públicos algunos de sus recuerdos más sensibles para insuflar el sueño de Laura y Luis, que es el sueño de muchos.
Fotografías: División Información y Comunicación de la Intendencia de Montevideo
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