Por Eldys Baratute.
En tiempos en los que arrecia, por múltiples razones, la desigualdad entre los seres humanos, tiempos en los que algunos necesitan sentirse dominantes, decisores, hegemónicos, superiores…, hacer visibles mediante el arte a grupos, géneros, sectores vulnerables, aunque no se hable explícitamente de su vulnerabilidad, es un acto de justicia. Y si ese “visibilizar” tiene el plus de que la muestra sea emotiva, sensible y con verdaderos valores estéticos, entonces el acto de justicia se agradece mucho más.
Juan José Zeballos, con “Flor nocturna. Compositoras”, su más reciente disco, se une a la nómina de creadores que le rinde culto a la mujer, no mediante canciones compuestas por él, sino interpretando la obra de cinco de ellas, complementándolas con su mirada (y sus manos) y al mismo tiempo vinculando cada una de las canciones entre sí, hermanando a esas cinco mujeres en una comunidad que solo les pertenece a ellas. No hay nada más gratificante que sentirse en comunidad, cómoda(o).
Zeballos logra unir a creadoras de cuatro países (Estados Unidos, Brasil, Argentina Uruguay) y diversas generaciones en una sola pieza, con temas tan diversos como parecidos.
Nostalgia, dolor, alegría, esperanza, desarraigo, son algunos de los sentimientos que me asaltan mientras escucho las seis piezas, todas breves. Cada una provoca un sobresalto, una inyección de adrenalina, y ese saltar en minutos de una emoción a otra, ese mantenerse en vilo, con el pecho apretado, sin saber qué viene después, pero deseando que llegue y que no termine nunca, ese diálogo necesario con uno mismo, con esas mujeres, y con Zeballos que insiste, como en otras ocasiones, en arriesgarse a interpretar la obra de creadora(e)s más cercana(o)s a su momento, aunque no deje de evocar a los clásicos, convierte al disco en una verdadera obra de arte.
Si hay algo que se debe resaltar en el fonograma es su sensorialidad. Mientras se escuchan las canciones se puede ver a Zeballos moviendo sus dedos sobre el piano y al mismo tiempo se pueden percibir la fragancia de una Dama de la noche, los aplausos de los fanáticos ante el tributo de Martha Mier a los Jackson Street, el llanto de dolor ante la ausencia del ser querido, se puede ver el verde del campo, el sol que explota de tanto amarillo, el mar.
Este es un disco para escuchar, oler, observar, evocar momentos que hemos vivido e imaginar otros que queremos vivir. Un disco para sentir, esa es definitivamente la palabra: sentir.
Martha Mier, Chiquinha Gonzaga (la única creadora fallecida de la muestra), Cristina Beatriz Piñeyro, Silvia Toledo, Malena Sol Decuzzi y Juan José Zeballos insisten en que nos demos el lujo de sentir y —por lo menos en mi caso— lo logran.
He escuchado los temas varias veces, tratando de buscar fisuras, algo que señalar, pero tengo que decir que Zeballos y la disquera Sondor hicieron una perfecta curaduría. El orden bien pensado de los temas permite que el público haga un recorrido sin acomodarse, sin mantenerse quietos, estáticos, seguros. El intérprete todo el tiempo está retando, provocando, haciéndonos reaccionar.
Pudiera decir que me emocionó el blus de Martha Mier, que me asombró descubrir otras zonas de Chiquinha Gonzaga, que la obra de Beatriz Piñeyro es un poema escrito en el lenguaje de los sonidos, que los dos temas de Malena Sol Decuzzi me hicieron evocar todo lo que he dejado atrás y necesito para vivir, que Silvia Toledo me indicó el camino para superar el dolor. Pudiera decir todo eso, pero no lo voy a hacerlo porque Zeballos y el equipo de producción de la disquera Sondor, lo dicen mejor que yo.
Solo me queda agradecer el homenaje a esas cinco mujeres que, en definitiva, representan a otras muchas, un homenaje también a la música, al arte, a los sentimientos, a través de las teclas de un piano, y de un artista que sabe calar hondo y quedarse, como el aroma de una flor nocturna.
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