Kontinental ’25, de Radu Jude

El mundo que inventamos.

Por Carlos Diviesti.

Orsolya es oficial de justicia encargada en desalojos junto con la gendarmería de Cluj, ciudad transilvana fundada por los romanos en el año 124, que formara parte del territorio húngaro hasta que se le concediera a Rumania tras la Segunda Guerra Mundial. Luego, tras la caída del régimen de Nicolae Ceaucescu, Cluj, como Transilvania, se convirtió en la región más pujante del país en el orden económico, social y político; pero eso no significa gran cosa, de acuerdo a la desigualdad económica, social y política que evidentemente domina la actualidad. En la sala de máquinas del edificio que demolerán para construir el Kontinental, un hotel boutique francés, vive Ion, un ex atleta de la era comunista que ahora subsiste mendigando, juntando latitas, tirando la manga, a través de esas calles que lo ahorcan y donde hasta los perros robot le ladran, acosadores.

Cuando Orsolya viene a sacarlo del edificio junto con la gendarmería, Ion aprovecha la media hora que le dan para embalar sus bártulos y se suicida de una forma ridícula. Aunque le hacen reanimación cardiopulmonar al ritmo de “Staying Alive”, Ion se muere y le deja a Orsolya, nacida húngara pero devenida rumana, una enorme culpa que no le curarán ni las vacaciones en Grecia ni una escapada a Venecia con los chicos, ni algún desahogo sexual con un viejo discípulo de sus épocas como profesora de Derecho Romano en la facultad, ni que la ley sostenga en los códices y en la práctica que no es culpable de nada. Filmada con un iPhone 16, con escasos recursos de producción pero repleta de inventiva audiovisual, Kontinental ’25 nos refuerza que Radu Jude es un analista tan filoso como un escalpelo, y que en sus películas disecciona esa realidad que seguramente es mucho menos amable que en sus iracundas propuestas, pero que se hace visible, ampliada con una lupa, cuando aflora la risa patética de un mundo que niega lo que ha sido, y que ya no sueña otra cosa más que sus sueños posibles.