Grand Tour, de Miguel Gomes

El viaje a ninguna parte.

Por Carlos Diviesti.

Edward es un diplomático británico destinado al Asia de las colonias y protectorados, que en 1918 –apenas concluida la Primera Guerra Mundial y en ese tiempo del siglo XX en el que empiezan los movimientos independentistas– tiene como única misión una sobradamente peligrosa: huir de Molly, su prometida. Después de siete años de espera infructuosa, Molly ha decidido ir a buscarlo para casarse, y Edward, que no entiende del todo por qué se escapa pero que porfía en la escapada, se va de Birmania a China, de China a Japón, de Japón a Java, de Java a Singapur, como en un Grand Tour por el sudeste asiático y de tardía iniciación. Pero ese es el relato, pura imaginería decimonónica. Grand Tour, la película, es mucho más desafiante que una película de aventuras. Porque ¿cómo convive lo artificial con lo verdadero?, ¿cómo se escenifica la memoria de lo desconocido?, ¿cómo se transforma el anacronismo en el auténtico curso del tiempo? Ese es el fascinante viaje a través de un mundo que aún sigue siendo antiguo, que nos propone el portugués Miguel Gomes, uno de los posibles maestros de mañana, quien desde su ópera prima, La cara que te mereces –sobre siete amigos que bien podrían ser los siete enanitos de Blancanieves–, transforma la comedia en drama, la realidad en ficción, lo mínimo en exceso, lo cotidiano en alta literatura. En Grand Tour conviven, por ejemplo, el wayang kulit (el teatro de marionetas javanés) con el karaoke (donde un chino borrachín canta A mi manera como excusa para llorar por sus penas), y, lejos de parecer una torre de Babel de cartapesta, la armonía oriental del pasado latente en cada árbol o en cada piedra transformada en monumento, es una forma de entender nuestro presente occidental y temeroso de una pandemia crónica. Sin embargo, nada de esto es evidente en la película. Lo desmesurado en Grand Tour es su vocación por disolverse en el verosímil de la textura fílmica, en los meandros de la representación de la vida y de la muerte, en la idea de que lo cercano es trágicamente inabarcable.