Por Gabriela Gómez.
La sala mayor del Centro de Exposiciones Subte ha sido tomada por el artista Ricardo Lanzarini (Montevideo, 1963) con una gran cantidad de dibujos entre los que predominan las figuras humanas curvilíneas, redondeadas, sensuales –motivos que ya han sido parte de otros de sus trabajos–, que esta vez han sido pintadas sobre las paredes utilizando lápiz, tinta, óleo, pasteles. Esta invasión de dibujos se completa con una instalación mecánica que ocupa casi toda la sala con una serie de artefactos, algunos colgantes, que al ponerse en movimiento generan la iluminación de la obra, destacando gestos, miradas, detalles que promueven la interacción del espectador para transformarse en una instalación dinámica que se vale de dibujos y maquinaria, instalación de sitio específico que interactúa en un diálogo efímero con el espacio de la sala.
Este “electrocardiograma escultórico”, como se denomina la exposición –según lo explica el curador, profesor, crítico de arte y promotor cultural Ticio Escobar–, “remite a la propia interioridad”, refiriéndose a las palabras de Lanzarini, para quien “entrar en el espacio de la obra es, metafóricamente, entrar en su propia cabeza […], conectar con momentos que involucran los latidos del inconsciente”.
Esta obra concentra y reúne en porciones iguales un mundo de fantasía, de personajes cómicos, livianos, que flotan por la sala; a su vez, rodea a un grupo de maquinarias, aparatos pesados (para nada gráciles) que se abastecen de electricidad, una especie de esculturas mecánicas. Estas dos circunstancias conviven y hacen de la obra una instalación con un discurso introspectivo provocado por ese ejercicio de mostrar el proceso creativo del artista que, como en un juego, invita a visitarlo. La instalación permanecerá expuesta hasta el 31 de enero.