Por Eldys Baratute.
Mirar el mundo cabeza abajo, o mejor, mirarlo desde otra óptica, es una metáfora llevada y traída por los artistas. Todos los que perseguimos el sueño de la libertad, los que evitamos los esquemas sociales, los que apostamos por la construcción de una identidad propia, personalísima, soñamos con ese mundo visto de distintos ángulos, distintas miradas, distintos sueños, tan diversos como cada individuo.
Las artes visuales, el cine, la música, la poesía, la narrativa y en menor grado la literatura que se escribe para niños, adolescentes y jóvenes siempre han apostado por esa mirada propia. Y digo en menor grado la LIJ porque algunos mediadores aluden a que sería problemático llevar hasta el niño lector, temáticas demasiado “adultas” que invadan su idílica y encapsulada infancia.
La argentina Valeria Tentoni, de visita en Montevideo en el mes de septiembre, rompe los moldes y habla a los pequeños de una verdad que los hará, definitivamente, mejores adultos.
Tirso es el protagonista de “Cabeza abajo”, publicado por AZ editora, ilustrado por María Eliana Méndez. Tirso perdió su pelota y la encontró debajo de la cama junto a un grupo de objetos que creía extraviados: pares de medias, botines, el control remoto. Más tarde encontró, debajo de la cama de su papá, entre el polvo y la pelusa: la remera de su equipo favorito, una pelota de goma y un anillo de plata. Cosas materiales todas, comunes. Pero además de eso descubrió que cuando pones la cabeza para abajo, tan cercana al piso que el pelo lo roza como un escobillón, el mundo se ve de una manera distinta. ¿Cómo lo ve Tirso? ¿Qué más descubre cuando se pone boca abajo? ¿Hay una metáfora detrás de eso, o Valeria sencillamente va contando los sucesos que le ocurren a ese niño? No todas las preguntas las responde la autora. Prefiere, sospecho, dejar que cada uno se las responda a partir de su propia experiencia de vida.
“El mundo cabeza abajo comenzó a parecerle a Tirso un misterio interesante. Desde ahí se podían ver cosas que nadie más podía ver…” y eso incluye cosas que nosotros como lectores tampoco vemos porque el universo del niño le pertenece solo a él. Sin embargo lo sentimos feliz, con una felicidad contagiosa que nos invita a virarnos de cabeza, con nuestro cabello cerca del piso. Ahí está la verdadera metáfora, en esa sutil invitación que nos hacen Tirso y Valeria.
La historia ocurre en una familia en la que no se menciona nunca a la madre, pero esa omisión no genera tragedia, ni dramas lacrimógenos, ni se muestra una familia disfuncional. Tirso vive con su padre, con una abuela con debilidad por las telenovelas y las siestas, y con su perro Pajarito. Y a pesar de que la ausencia materna genere preguntas, se le muestra feliz, ocurrente, a veces ingenuo, siempre demasiado inteligente. La ausencia de la madre se respira, pero no como aroma amargo sino como un olor a flores silvestres. Hay mucho que contar sobre ese niño que prefiere—y aquí hablo de una elección—ver el mundo cabeza abajo. No era esta la historia para regodearse en los posibles conflictos que justifiquen la ausencia materna, que no deja de ser importante, incluso que quizás determine el actuar de ese Tirso que vemos ahora, pero Tentoni prefiere que esa subtrama se quede ahí, latiendo, como un iceberg.
Y si alguien pensara que esa abuela variopinta y el padre, no fueran necesarios para constituir un núcleo familiar, ahí está el perro Pajarito, para ser cómplice, amigo, guardián. Tirso se siente acompañado, sin embargo prefiere ver el mundo de otra manera. No su mundo, ese microespacio que compone su familia, sino el que está afuera y del que también forma parte. Ahí hay una lección de vida.
Al final…al final pasa lo que pasa en las buenas historias, el cierre sorprende, primero al protagonista, después a los lectores. Valeria logra que nos sintamos dentro del libro y que seamos partícipes del asombro, de la belleza.
Las imágenes de María Elina Méndez traducen, con la misma sencillez con que la autora cuenta, el mundo que se va construyendo Tirso. Los colores vivos, los tonos, la superposición de los planos, la ausencia de la imagen de la abuela como una invitación a inventárnosla, hacen, de la ilustración, una herramienta que nos ayuda a interpretar, a sentir una historia que tiene varias lecturas.
Con “Cabeza abajo” Valeria se arriesga y apuesta por lectores inteligentes, apuesta por la emoción y la lectura activa, apuesta por los niños, adolescentes y jóvenes y los invita a salir de una cápsula que realmente no necesitan.