Por Fernando Sánchez.
Es una de las voces más importantes de la música cubana de las últimas décadas. Relacionada muchas veces con Celia Cruz, ha conquistado las cimas más altas de la música latina. “La sonera del mundo” la llaman y sabe moverse entre los ritmos más variados: la bossa nova, el bolero, el jazz, el filin y, por supuesto, el son cubano. Ha ganado varios premios Grammy y ha sido reconocida por importantes medios como una de las mujeres latinas más influyentes.
En octubre de 2017 Aymée Nuviola (La Habana, 1973) estuvo en Montevideo para abrir el show de Gilberto Santa Rosa en el Teatro de Verano. Ese día la cantante cubana pudo percatarse de que el público uruguayo había conectado con su música, lo cual abrió la oportunidad para proyectar una futura presentación en un escenario local. En ese tiempo, además, Uruguay comenzó a experimentar la llegada de migrantes cubanos, un fenómeno que durante los próximos años llegó a crecer notablemente. En 2019 hubo un intento de programar el show, pero los compromisos internacionales de la artista impidieron armonizar la agenda. Luego llegó la pandemia y cuando el impasse mundial que provocó comenzó a ceder Aymée estaba enfrascada en giras por Europa con un proyecto junto al afamado jazzista cubano Gonzalo Rubalcaba.
No fue sino hasta el 5 de agosto de este año que el ansiado regreso de la cantante pudo materializarse. Gracias al trabajo de Chévere Producciones, ese día, en un auditorio Nelly Goitiño colmado, Aymée Nuviola se reencontró con ese público que había quedado enganchado años antes y con muchos de sus compatriotas que han hecho de este país su hogar. Volvió y nada menos que para rendir tributo a esa cumbre de la música latina que es Celia Cruz al cumplirse veinte años de su fallecimiento. A Nuviola la vinculan mucho con Celia Cruz. Sobre esto el periodista estadounidense especializado en jazz Ted Panken afirmó tiempo atrás en el New York Daily News que “probablemente la razón principal es que, desde Celia Cruz, no hemos visto a ninguna cantante con el poder de atracción, el carisma, la gracia y el talento que vemos en Aymée”. Esa asociación no la incomoda, por el contrario, es motivo de orgullo. Considera que la gente la ve como alguien que tiene puntos de contacto, en cuanto a estilo, con la “Reina de la salsa”. “Pienso que lo mejor que le puede pasar a un artista es tener su identidad. Yo lucho mucho por mi identidad, es algo que siempre he tenido claro desde que empecé mi carrera: lo que quiero, lo que soy, hacia dónde voy musicalmente. Cada día descubro más y más ventanas que puedo abrir y explorar. Pero incomodarme, no me incomoda. Me honra porque me están comparando con una gran artista. Ahora, que sea mi intención heredarla, imitarla o sucederla, no, no es mi intención. Mi intención es llevar al público mi propuesta, mi propósito es dejar un legado de mi país, de mi música, de mis creencias, de mi fe”, confiesa en charla con Dossier tras su presentación en el auditorio del Sodre.
¿Qué recuerdas de tus dos encuentros con Celia Cruz?
Fueron breves. Lo que más recuerdo es su humanidad, su naturalidad, su instinto maternal. Ella no fue madre biológica y, sin embargo, tenía ese instinto natural de aconsejarte, de agarrarte las manos, de una enorme dulzura. Y la sinceridad, se veía muy sincera, muy a tierra, muy humana, real. Eso me impactó, independientemente de su dimensión artística.
¿Fue difícil interpretar a esa leyenda de la música latina para la serie televisiva Celia?
La actuación ha sido siempre para mí como un mundo mágico, tan mágico como el escenario, que tiene una connotación psicológica profunda. Cuando te metes en la piel de un personaje, tu mente tiene que estar en ese personaje. Eso implica que las emociones se involucren en la actuación y es algo que cuido mucho porque soy una persona visceral, yo me entrego a esas cosas. Cuando hice el casting tuve que interpretar la escena donde ella se entera que tenía la enfermedad terminal. Por la descarga emocional que hubo en ese momentico supe que me estaba enfrentando a algo fuerte. En la novela hay muchas escenas fuertes, de la vida de ella, de su trayectoria, de su carrera, cosas que son hechos reales. Hay ficción, pero en el caso del personaje de ella se respetó bastante la realidad. Fueron muchos los momentos difíciles en su vida. A mí no me tocó la parte de la madre, cuando ella no la pudo ir a ver a Cuba, pero sí todo lo que trajo como consecuencia eso, la parte de la enfermedad, la parte en que muere Tito Puente, muchas cosas que son emocionalmente profundas. Eso, además de la carga en mis hombros de saber que es un personaje tan querido, que había un público esperando, escudriñando a ver qué iba a hacer yo. La verdad que fue difícil, muy difícil, pero lo logré.
La música siempre estuvo
Al igual que Celia, Aymée nació en un barrio popular de La Habana, en una casa en donde se respiraba música por todos lados. Su madre, pianista y compositora, se percató tempranamente de su talento y fue determinante en la formación de quien hoy es considerada “La sonera del mundo”. “A mi mamá le gustaba mucho la música clásica y tocaba muchos clásicos cubanos: Ernesto Lecuona, Ignacio Cervantes… Los interpretaba muy bien porque tenía el pacing de una gran pianista. Ella tenía algunas limitaciones técnicas y lo reconocía, limitaciones que trató de superar. Cuando nosotras entramos a la escuela de arte, ella se dio cuenta de la nueva técnica pianística y empezó a incorporar de esa técnica para sí misma y para alumnos que ella formó posteriormente. Yo siempre le decía que tenía el alma de un gran pianista dentro de sí, porque su capacidad interpretativa y su conocimiento de los estilos la hacía ser una gran intérprete de música clásica. No sólo tocaba los clásicos cubanos, sino que tocaba clásicos mundiales, como Debussy, Ravel, Chopin. Tenía ese pacing para interpretar a los clásicos”, recuerda Aymée.
Su padrastro era un fiel admirador de Benny Moré, uno de los grandes exponentes de la música cubana de la primera mitad del siglo XX. Su padre, por su parte, amaba el filin, un género musical surgido en la isla que dio a la cancionística del continente composiciones antológicas y autores ampliamente versionados como César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez y Pablo Milanés, cantautor que sirviera de puente entre esa corriente de la canción y la Nueva Trova, movimiento mítico que influyó también en Aymée. Para ella, crecer en ese ambiente resultaba algo natural. “Cuando eres niño y ves que en tu casa todo el mundo es músico o instrumentista, llega un momento en que piensas que así es en todas las familias. Lo ves como algo normal, como que tu vida es así: mitad música, mitad lo cotidiano. Luego cuando entras a la escuela de arte, ves ese mismo patrón en otros muchachos que provienen de familias con músicos, pues más lo incorporas a tu vida, a tu entorno, a tu realidad. Nunca reparé en ello hasta después que crecí un poco más y me di cuenta de que mi familia era una familia atípica”, evoca.
Aymée comenzó su carrera muy joven junto a su hermana Lourdes. Debutaron en Todo el mundo canta, un programa de la televisión cubana muy popular en las décadas de los setenta y ochenta. A partir de ese día, en su barrio habanero, pasaron de ser las hijas de Adelaida a ser las hermanas Nuviola. “Luego de ese programa el Instituto Cubano de Radio y Televisión hizo una especie de escuela donde escogieron a ciertos participantes del programa y de los más jóvenes éramos mi hermana y yo. Fuimos parte de ese movimiento, que nos catapultó más, nos dio mayor visibilidad, pero también nos dio entrenamiento de otro tipo en cuanto a vestuario, diseño, actuación y otras cosas complementarias. Eso nos hizo tener mayor presencia en los medios, así que imagínate, la vida nos cambió de la noche a la mañana”, comenta.
Las hermanas Nuviola fueron casi fundadoras de la timba, un ritmo de la música popular bailable cubana que se originó a partir del son montuno. Muy temprano pasaron a integrar la orquesta de Pachito Alonso, en donde pudieron desarrollar sus carreras en un formato más amplio: “Yo le agradezco eternamente a Pachito por tener la visión de meter a dos mujeres en la banda. A nosotras nos hizo crecer como artistas, a tener más dominio del público, poder incursionar en el género bailable, que no lo hacíamos antes de formar parte de la orquesta, y transitar por varios géneros, porque Pachito tocaba son, merengue, cumbia, de todo. No era como otras orquestas que se limitaban; él pensaba en el show, en un espectáculo, tenía bailarinas, tenía otro concepto musical”.
En la orquesta de Pachito Alonso la joven cantante no sólo ponía la voz junto a su hermana, también compartía con el director el trabajo de los arreglos. Un álbum como Cuidado con la mora, de 1990, lleva la impronta de Aymée. Le gustaba mucho trabajar los metales y gracias a ella la orquesta sumó la batería, los trombones y giró más hacia la timba. Sin embargo, como ella misma afirma, todo tiene fecha de vencimiento. Tras diez años en la agrupación, se dio cuenta de que había alcanzado todo su potencial y que seguir allí ya constituía un freno a su carrera. “A veces entran a jugar los egos y llegó un punto en el que mi hermana y yo estábamos perdiendo la identidad, ya éramos demasiado parte de la orquesta, ese nunca fue el acuerdo inicial. El acuerdo inicial siempre fue Pachito y las Nuviola, pero ya después era Pachito y sus Kini Kini. Cuando vimos que no estábamos avanzando decidimos salirnos y hacer nuestro propio proyecto”, cuenta.
También pudiste colaborar con bandas emblemáticas, como Irakere, dirigida por Chucho Valdés.
Estando en la orquesta de Pachito, Chucho tuvo la amabilidad de llamarme. Un primo mío, Reinaldo Fernández, que era productor en ese momento de Irakere me llevó para que Chucho viera que yo podía hacer voces y quedó maravillado conmigo. Con ellos hice un disco y varias grabaciones en las cuales puse voces. También colaboré con José Luis Cortes, el Tosco, que en paz descanse, cuando todavía no tenía NG la banda y agrupaba a un todo estrellas. Fue algo muy bueno para mí.
Triunfar fuera de Cuba
En la década de los noventa Aymée y Lourdes salieron con su proyecto hacia Costa Rica. Anteriormente ya habían viajado por muchos países y tenido estancias fuera de la isla: en España un año, en Guatemala nueve meses, siempre con contratos de trabajo. Al llegar a Costa Rica tocaron en el carnaval de Limón, en la costa atlántica, y poco después decidieron no regresar a Cuba y probar suerte en el país centroamericano. Ahí comenzó un camino difícil.
“Cuando nos fuimos a San José, a trabajar en un lugar que se llamaba El Tobogán, nos dimos cuenta de que la música que traíamos de Cuba no interesaba. Ellos no tenían conocimiento de nada de eso, timba muchísimo menos. Lo que se conocía era la típica música cubana: el chachachá, el mambo… La costumbre del tico –estamos hablando de los años noventa– era bailar lo conocido. Todavía estaban bailando ‘Llorarás’ y hacía veinte años, por lo menos, que Óscar de León había sacado el tema. Bailan muy bien los ticos y bailan de todo: cumbia, pasodoble, salsa, merengue, el bolero marcado. Valía la pena montar un repertorio de ese tipo sólo por verlos bailar. Nos tocó adaptarnos a eso y buscar trabajo”, relata la artista cuando rememora esos años.
Tiempo después vino la etapa mexicana al instalarse con el proyecto en la zona hotelera de Cancún. Históricamente México ha sido un país muy familiar para la música cubana. Allí triunfaron varios artistas caribeños, como Benny Moré, ese que se escuchaba tanto en la casa de las hermanas Nuviola. A Cancún llegaron con la ventaja de tener un repertorio de temas ya montados y la experiencia de manejar el público adquirida en Costa Rica. No eran las tierras aztecas, sin embargo, la parada definitiva de las hermanas. De allí cruzaron a Estados Unidos, un país en el cual se radicaron numerosos artistas cubanos, entre ellos Celia Cruz.
“Recuerdo que cuando estaba en México la gente me decía que Miami en aquel momento era el cementerio de los músicos. Yo no tuve miedo porque cuando me decidí a cambiar, estaba decidida a todo. Estaba decidida a hacer cualquier cosa, sobre todo por mi fe. Mantenía la fe en que si Dios me permitía llegar al lugar no iba a ser para hacer algo nulo. Yo tenía un propósito, más que una meta, y mi propósito era que yo quería ser libre, en todos los aspectos, en la música y en la vida. Yo tenía la fe de que Dios me había dado la palabra de que iba llegar a un lugar en donde yo podría hacer mi arte, mi música, y yo iba a luchar por eso. Confié en eso y lo logré”, asegura Aymée.
En Estados Unidos su carrera despegó. Comenzó a presentarse en programas de televisión y a cantar en lugares emblemáticos de la escena nocturna de Miami, como el club Ashé y el Hoy como ayer, lugar en donde conoció al amor de su vida, Paulo Simeón, quien se convirtió, además de su esposo, en su manager.
Aymée empezó a grabar y llegaron discos como Corazón sonero (2008), En la intimidad (2013), First class to Habana (2014), con el cual obtuvo una nominación a los Grammy y a los Grammy Latino conjuntamente, y El regreso a La Habana (2016), un homenaje a la música de Celia Cruz. “Fui en 2015 y luego en 2018 a Cuba, en aquel momento pude hacer el proyecto sobre Celia, que era muy importante para mí porque era llevar su música al mismo lugar donde ella empezó su carrera: los estudios RCA Victor, actualmente llamados EGREM”, refiere.
En 2018 “La sonera del mundo” ganó su primer Grammy Latino en el apartado de Mejor Álbum de Fusión Tropical con Como anillo al dedo. Un año después ganó el Grammy más una nominación al Grammy Latino con el disco A Journey Through Cuban Music, recorrido por varios géneros de la música cubana con canciones de Irakere, Kelvis Ochoa, Descemer Bueno, Van Van. En 2021 fue nominada a los premios de la academia estadounidense por tercer año consecutivo con el álbum Sin salsa no hay Paraíso. Antes, en 2020, fue nominada a Mejor Álbum de Jazz Latino con Viento y tiempo. Live at Blue Note Tokyo, un disco grabado en vivo junto a Gonzalo Rubalcaba. Los proyectos con el reconocido pianista cubano continuaron y en 2022 ganaron otro Grammy Latino con Live in Marciac.
Cuándo asumes un nuevo proyecto, ¿cómo eliges el repertorio, cómo es el proceso?
Ese proceso es doloroso. Mi esposo y yo casi siempre somos quienes asumimos esa parte. Soy bien, bien exigente para las canciones. Siempre busco que la canción me quede bien. No me interesa tanto el género, sino que sea una canción que yo pueda defender. Es doloroso, hay tantas canciones lindas, incluso cuando se trata de mis canciones, o canciones de amigos o de gente que me envía, versiones, lo que sea. Soy bien exigente para sentirme conforme con que puedo defender la canción. Después es buscarle el provecho: cómo la hago, de qué manera. Es un proceso doloroso, sí.
Dices que no te importa el género y has demostrado que te puedes mover con soltura por muy variados estilos. En ese tránsito, ¿cómo logras mantener tu sello sin caer en las exigencias del mercado?
Mira, uno no puede estar ajeno a lo que está pasando en el mercado porque si lo haces tú mismo te vas relegando y llega un momento que estás en una esquina adonde casi nadie mira. Ahora, tampoco puedes abaratar tu arte por irte con las exigencias del mercado. Hay que buscar un balance donde tengas opciones. En mi caso, yo siempre tengo un plan A y un plan B. El plan A es priorizar mi arte, mi manera de ver la música, las cosas que yo realmente quiero hacer, cómo las quiero hacer, proyectos como el del maestro Gonzalo Rubalcaba, tan importante para mí porque me abrió las puertas del mundo del jazz, un mundo completamente diferente a lo que normalmente hace un artista tropical.
Por otro lado, está mi plan B. Recientemente acabo de estrenar un sencillo, ‘Dame una buena razón’, que tiene un beat relacionado con lo urbano, el reguetón, muy ligero. El video es ese tipo de video; la canción es sumamente pegajosa, está ya en las plataformas, se está promocionando muy bien. Eso te da una vigencia, te mantiene con un público que es cautivo de ese estilo –muy universal, por cierto–, y la gente ve que tú estás haciendo también algo que es tendencia, con tu identidad, siempre con una calidad musical, de mezcla, de grabación, de masterización, donde tú no estás abaratando lo que eres, sino dándole a ese público un poco de lo que también le gusta escuchar. Creo que no está mal si lo puedes hacer, si puedes lograr esa dualidad. Tengo colegas que me dicen que no lo hacen porque no se ven ahí. Lo entiendo y lo respeto, pero yo sí, hay cosas en las que me veo y le meto caña.
¿Qué características debe tener un sonero o una sonera?
Siempre digo que la improvisación es un don. Eso es algo que tú lo puedes desarrollar leyendo, instruyéndote, buscando siempre tener un vocabulario amplio, porque si no, empiezas a decir disparates y no hay una coherencia. Lo fundamental yo pienso que es eso: la coherencia. Hay muchos tipos de improvisación, puedes improvisar entre coro y coro, hacer una décima, una cuarteta. La coherencia, la rapidez, la rima. Y hay algo que yo, en lo particular, siempre le añado: el humor, porque creo que más que para hacer un alarde de habilidades, es para divertirse. Si estoy con el público delante, trato de involucrarlo de alguna manera. Le improviso a alguien que está en el público, o digo algo gracioso; si estamos en Uruguay, algo para los uruguayos; si estamos en Colombia, pues algo para los colombianos. Que la gente se sienta parte de eso, no es pararme en el escenario y hacer gala de que puedo decir muchas cosas; si esas cosas no significan nada para la gente que está en el público, entonces, y ahí vuelvo a la idea del propósito, no tiene sentido.
Mujer de fe
Al referirse a la música en Uruguay, Aymée Nuviola destaca que “el país tiene una relación con el tango particular y profunda, su origen está en estos lados. Pero también tiene talento de todo tipo”. Y añade: “Aquí se baila un tipo de cumbia combinada, que también se escucha en Argentina. Es espectacular. Está Rubén Rada, que me gusta muchísimo. Y está el candombe, que tiene ese ritmo que se asemeja un poco a la clave cubana del guaguancó, no llega a serlo, pero anda por ahí. Además, lo hacen con una pasión, tienen sus bailarinas imponentes, las comparsas. Todo eso me gusta, lo veo auténtico, original.
El año pasado “La sonera del mundo” sacó ‘Pan para Yolanda’, un tema con el cantante español Melendi que cuestiona sutilmente la realidad cubana. La artista asegura que esa canción trajo como consecuencia no poder volver a su tierra. Ella sueña con volver a Cuba, aunque afirma que la lleva consigo siempre. En su cuello cuelga una cadena de oro con una medalla en donde está la bandera cubana. Pensando en un hipotético regreso, aventura: “Me gustaría cantar, con otro gobierno, con otras condiciones, donde verdaderamente la gente tuviera la posibilidad de escoger, de hablar, de opinar. Y no lo digo porque yo sea una persona política. Si te mantienes ajena a eso, te mantienes ajena a la realidad y esa realidad influye sobre todos. Me gustaría que ese encuentro con el público fuera sin tener que medir las palabras que voy a decir, las canciones que voy a cantar. Mientras tengamos la misma política, eso no va a pasar. Hay ser realistas”.
Aymée se considera una mujer de fe. De hecho, la fe es su mayor premio, asegura, más allá del reconocimiento y el cariño del público. Ella sostiene que conoció a Dios en Costa Rica y que ese descubrimiento cambió su vida. “Creo que ese centro es lo que me hace ser exitosa en la vida, no sólo en lo laboral, sino también en lo personal, con mi familia, mis amigos. Es un eje del cual gira todo lo demás y si ese eje no está sólido, todo lo demás va a tambalear. Lo corroboro diariamente. Veo muchos artistas jóvenes que de repente triunfan y a los tres años tienen depresión, problemas”, reflexiona.
Ya casi al final de la charla cita un versículo que dice algo así: “Todo don perfecto viene de lo alto y no añade lágrimas”. Para ella, esa idea es muy real. “Las cosas a mí no se me han dado así de repente, han sido poco a poco, y antes de llegar ahí Dios me capacita para lo que viene. Entonces, lo que viene yo ya estoy preparada para recibirlo y no me añade lágrimas, o sea, no me trae malas consecuencias porque estoy preparada para eso que está llegando. Yo digo siempre que primero está Dios, luego mi esposo, después mi carrera, en ese orden. Si tú eres capaz de poner en primer lugar, de amar y respetar algo que tú no ves, cómo no lo vas a hacer con la gente que tienes alrededor, que amas, que ves, que estás todos los días, que los puedes tocar. Entonces, yo creo que lo más importante, lo más certero en mi vida, lo que más me llena es esa relación con Dios. Es bien íntima, profunda, no es una religión, es una relación que me hace sentir segura, llena, y me permite disfrutar tanto mi carrera”, confiesa.