Por Alejandro Michelena.
Si existe una manifestación cultural mediante la cual Uruguay logró, en algún momento de su historia, una plena sintonía con las inquietudes de vanguardia y con los aires nuevos, ésta fue la arquitectura. Entre los veinte y los cincuenta hubo en ese rubro creadores potentes e inquietos. Consideraremos sólo las obras mayores, las que abrieron caminos, marcaron jalones y establecieron perfiles renovadores. Este criterio nos ancla de modo muy claro en el siglo XX, y nos ubica de preferencia en el período que va de 1920 a 1960.
Julio Vilamajó: una moderada ‘modernidad’
Es un caso paradigmático entre los grandes hacedores rioplatenses de espacios de arquitectura. Dúctil, inteligente, abierto a los vientos del mundo pero a la vez personal, fiel a una búsqueda que en su culminación resultó visionaria. Vilamajó nació en Montevideo en 1894; ingresó en 1910 a la Facultad de Arquitectura y egresó en 1915. En 1921 recorrió Europa gracias a la beca lograda con el Gran Premio de la Facultad, de donde retornó imbuido de las novedosas perspectivas que la modernidad estaba introduciendo, pero atesorando a su vez un amor a los estilos mediterráneos y particularmente hispánicos que resultará fundamental a lo largo de su obra. Esta simbiosis se percibe agudamente en sus trabajos de los años veinte: la casa Pérsico (de Mercedes y Yi), la vivienda Casabó (de 21 de Setiembre y Benito Blanco), y el Palacio Santa Lucía (de Santiago de Chile y San José). En todos estos casos, los elementos tradicionales de la finca mediterránea están presentes: techos de tejas, balconadas de madera (con reminiscencias incluso de la arquitectura colonial), arcos y detalles decorativos en las paredes. Ysin embargo, se trata de propuestas indudablemente modernas. Tal tendencia a matizar las audacias formales y las duras líneas del racionalismo con estilemas que bien podríamos considerar clásicos, transforma a Vilamajó en el más original y creativo de los arquitectos uruguayos. Tal impronta le permitiría avanzar acompasado a su tiempo, aunque manteniendo el anclaje en un estilo moderador.
El final de los veinte y el comienzo de la treintena significaron para este creador un gran salto. Lo podemos comprobar en la concepción ya francamente modernista del edificio del Centro de Almaceneros Minoristas (Magallanes y 18 de Julio), de la agencia General Flores del Banco de la República, y de su propia vivienda en Domingo Cullen y Sarmiento. En todos estos casos se agudiza esa interesante dualidad entre los lineamientos más actuales y lo que remite a etapas históricas anteriores; esto es perceptible en forma clara en el uso de motivos esmaltados en la pared de su casa, y en la presencia de la cariátide que preside la entrada (cabeza de Medusa del mismo material, obra del escultor Antonio Pena). Su ductilidad le posibilitó realizar tanto viviendas residenciales, como edificios o la gran obra pública. En esa etapa de plenitud tenemos dos ejemplos en los cuales su característica ‘‘actualidad atemperada’’ –o matizada con curvas o detalles más expresionistas en medio de las líneas racionalistas– se proyecta y evoluciona, sin estridencias, hasta prefigurar un futuro posible de integración de la obra al espacio urbano y natural: el edificio Juncal (en la intersección de esa arteria y Rincón) y la Facultad de Ingeniería, dos buenos ejemplos. En esta última realización Vilamajó se adelantó además en el uso del hormigón visto –recurso que tendría que esperar más de treinta años para generalizarse–, y en la elevación de casi todo el edificio mediante pilares que permiten la circulación por debajo, de recibo a partir de los cincuenta. También lo hizo en la armoniosa ubicación de los volúmenes entre el verde del Parque Rodó, lección poco asimilada aún por un alto porcentaje de los actuales arquitectos uruguayos.
Los tramos finales de la década del cuarenta lo encuentran embarcado en un ambicioso proyecto: Villa Serrana. La idea era diseñar un lugar de descanso que aprovechara en forma íntegra la escarpada geografía de las sierras que rodean la ciudad de Minas y los materiales a mano en la zona (piedras, maderas y paja). Es la obra mayor del maestro, aunque quedara inconclusa; su más entrañable aporte, jugado en el sentido de una arqui- tectura más humana; un retorno a las raíces, una forma de arraigo que aprovecha lo más fecundo de la mo- dernidad para superarla. El Ventorrillo de la Buena Vista y el Mesón de las Cañas muestran en sus líneas, estructura y detalles, el esbozo de fecunda utopía que estaba creciendo entonces en la concepción de este arquitecto. La muerte truncó esas posibilidades, pero Villa Serrana ubica a Vilamajó como un adelantado de toda esa tendencia latinoamericana, en que la preocupación ecológica, el uso de materiales propios y baratos, la recuperación de los estilos autóctonos, son los elementos esenciales.
Los vanguardistas genuinos
El trío de arquitectos formado por De los Campos, Puente y Tournier instalaría en los años cuarenta uno de los estudios más prestigiosos y solicitados. Pero antes, en la etapa juvenil de los comienzos, se atrevieron –con audacia transgresora– con los desafíos renovadores. En plena Ciudad Vieja de Montevideo (25 de Mayo e Ituzaingó) levantaron en 1930 el Edificio Centenario, inspirado notoriamente en las propuestas y lineamentos de la escuela holandesa. Fue por entonces de una auténtica novedad debido a la ruptura abrupta con el pasado, y naturalmente tuvo resistencias en un ambiente todavía aferrado a cánones conservadores en la materia. El tiempo les dio la razón a estos jóvenes adelantados, al punto de que hoy resulta notable la vigencia del
Centenario, sobre todo en cuanto feliz exponente de la integración armónica y sin violencias respecto al entorno urbanístico, logrado por sus líneas nada rotundas, su torre y su discreta altura.
Aubriot y Valabrega son autores de otro aporte de auténtica modernidad de comienzos de la década de los treinta: el Palacio Lapido, de 18 y Río Branco. Buen ejemplo, bien definido del De Stijl, con sus remarcados balcones, la curva de su dibujo en la esquina y la nada enfática culminación de la cúspide. Sigue calificando –con su limpidez de líneas– una ‘‘calle mayor’’ que perdió a partir de los cincuenta muchos de sus mejores perfiles. En el mismo período, estos arquitectos em- prenderán la reforma total de la antigua tienda Corralejo (Sarandí entre Ituzaingó y Juan Carlos Gómez) con destino a sede del Banco Hipotecario, con un enfoque ya francamente racionalista.
Con el fallecimiento del francés José P. Carré queda vacante su taller en Facultad de Arquitectura. El mismo se divide en dos, ocupando la titularidad de cada uno Julio Vilamajó y Mauricio Cravotto, de esa manera se estableció durante muchos años una fecunda dicotomía entre las estéticas y orientaciones pedagógicas de ambos. Cravotto se ubica en las antípodas del planificador de Villa Serrana. Curiosamente, construiría su casa- vivienda en Sarmiento y Estigarribia, en la zona de Pocitos, frente a la de Vilamajó, apenas separados en aquellos tiempos por dos empinados terraplenes de césped y por Bulevar Artigas (hoy casi unidas las casonas por el puente de avenida Sarmiento). Ambas residencias siguen estableciendo un diálogo creativo, un contrapunto de dos perspectivas válidas y eficaces para relacionar la arquitectura con el entorno.
Las obras mayores de Mauricio Cravotto son el Palacio Municipal (proyecto de 1929, de lentísima y tergiversada concreción) y el Hotel Rambla –de 1931–, cuya concepción original hubo de cambiarse para ajustar la altura a los reglamentos vigentes. A Cravotto muchas veces se lo ha juzgado mal, con base en lo que se puede ver, lo que se concretó en definitiva de lo que fueron sus ideas originales; no obstante, el sano eclecticismo de sus concepciones generales ha mantenido plena vigencia.
Entre el Art Decó y el Racionalismo
Scasso realizó en 1928 la Escuela Experimental del costero barrio de Malvín (dedicada a implementar el método pedagógico Decroly), excelente como adaptación ‘espacial’ a la educación moderna, con sus amplios ventanales, los salones para juegos y unos toboganes por medio de los cuales los niños podían descender al jardín sin usar la escalera. Su otra obra de mayor significación fue el Estadio Centenario (1930), el que aunque inacabado durante décadas y no terminado precisamente de acuerdo a las concepciones de su creador original, ha ostentado siempre su peculiar torre de homenajes inspirada en los estudios neoplasticistas del grupo holandés De Stijl.
Surraco, por su parte, ha ocupado un lugar in- canjeable en el panorama arquitectónico nacional por su monumental Hospital de Clínicas. Con una con- cepción filiada en el más clásico racionalismo, se destaca en él la solución volumétrica para el ámbito de las salas en cada piso. La estructuración de sus ventanas vidriadas fue un hallazgo en aquellos años.
Román Fresnedo fue uno de los pocos seguidores de Frank Lloyd Wright por estas latitudes. Las ideas de este genio de la integración de los volúmenes al paisaje las vislumbramos en la Facultad de Arquitectura (1947), y también en alguna de sus construcciones para vivienda. No así en su tan operativo Palacio de la Luz, un edificio del año 48 que es un modelo de certera utilización plástica de materiales como el vidrio (su monótono geometrismo lo ubica más bien como adelantado de ciertos enfoques de uso y abuso algún tiempo después).
Arbeleche y Canale se caracterizaron por su capacidad para la solución de grandes construcciones públicas o privadas de oficinas. A ellos se debe –cabalgando entre los treinta y los cuarenta– el edificio de la Bolsa de Comercio (Rincón y Misiones), el del Banco de Seguros (Libertador y Río Negro) y el de la Caja de Jubilaciones (Colonia y Eduardo Acevedo). Mediante ellos se expresa a las claras un cierto cansancio del vanguardismo puro y el racionalismo –devenido a esa altura en el estilo internacional por excelencia–, a través de sus moles frugales pero más bien rotundas, imponiéndose sus paredes, con el retorno a las ventanas ‘agujero’ (aunque sin desdeñar el uso del vidrio). Sus realizaciones son perfectamente reconocibles aun para los neófitos, e incluso en su parte interna poseen distintivos como el patio central al cual los pisos se asoman mediante balcones.
Pasado el medio siglo
A comienzos de los años sesenta Luis García Pardo levanta el edificio Positano (Ponce esquina Charrúa), uno de los más logrados por aquí en ese estilo de fachadas totalmente vidriadas. Toda la estructura está montada sobre pilares de hormigón, y el jardín fue diseñado nada menos que por el paisajista brasileño Burle Marx.
Eladio Dieste fue ingeniero, y además de crear un avanzado diseño de techo ondulado –que aplicó en grandes depósitos, un shopping center y hasta una capilla– colaboró en varias construcciones novedosas de los cincuenta, por ejemplo en el colegio La Mennais en la zona residencial de Punta Gorda, donde se perfila lo concreto y el minimalismo.
Mario Paysée Reyes rompe definitivamente con la impronta del ya gastado racionalismo. Privilegia el ladrillo visto, se preocupa por la armónica integración obra y paisaje, siguiendo en esto indudablemente a su maestro Vilamajó. Su trabajo más notorio es la nueva Caja de Jubilaciones –ubicada lateralmente a la antigua, en Colonia y Fernández Crespo–, demorada mucho tiempo en su concreción definitiva.