Por Gabriela Gómez.
Empezó su carrera en el teatro como actor debutando en el Solís junto al elenco de la Comedia Nacional con un pequeño papel en Roberto Zucco. Al año siguiente escribió Snorkel, una obra que, además de ganar el premio Florencio Revelación, se llevó un premio Morosoli y estuvo en cartel cinco años. Federico Guerra (1984) eligió el teatro como forma de manifestación artística para dar vida a lo que escribía, y esto le ha dado muy buenos resultados. Su postura rebelde lo llevó a independizarse del teatro El Galpón, donde tuvo sus primeras experiencias teatrales, y a crear un nuevo espacio cultural: La Cretina, que además de restaurant y bar cuenta con una cálida sala de teatro.
Las obras de Federico Guerra transitan por el absurdo, la ironía y la farsa a partir de pequeñas tragedias inspiradas en la vida cotidiana, escenas que el teatro muchas veces deja de lado y que él recupera “para dar lugar a un teatro que dice las cosas que no se quieren ver ni oír”. Esta manifestación de lo políticamente incorrecto, con un lenguaje visceral y cáustico, lo hace muy particular, ya que sus obras no tratan de complacer al espectador sino de incomodarlo para provocar una reacción.
En la última entrega de los premios Florencio fue reconocido por su obra Jirafas & gorriones en la dirección, espectáculo y mejor actriz de comedia, además de haber sido premiado como mejor espectáculo musical por la coautoría, junto a Tabaré Rivero, de La euforia de los derrotados, interpretada por el elenco de la Comedia Nacional.
¿A qué edad supiste que te ibas a dedicar al teatro? ¿En qué escuela te formaste?
Desde muy chico tuve intereses artísticos, la necesidad de expresarme y generar cosas propias. En la adolescencia esto fue creciendo y mutando de lo lúdico a lo catártico; por lo cual, creo que fue por ahí cuando sentí que ese interés y esa necesidad me iban a acompañar el resto de mi vida. Pero no puntualmente el teatro. El teatro fue el lugar donde sentí que podía desenvolverme mejor, algo que estuvo siempre en mi vida y que casi sin darme cuenta me fue atrapando. Mi interés primordial siempre fue la escritura y poder darle vida a lo que escribo, si pudiera hacerlo a través de la música o la danza probablemente lo haría, me encantaría, pero para tener sentido del espectáculo hay que tener sentido del ridículo y es por eso por lo que me quedé con el teatro. Era un mundo en el que podía desenvolverme sin demasiada dificultad y donde con muy poco se puede hacer mucho.
No me formé en ninguna escuela. Iba a anotarme en la EMAD, pero los horarios coincidían con mi trabajo así que empecé a hacer talleres y luego la Escuela del Actor, pero me aburría y no la terminé. Sentía que estaba desperdiciando esa energía creativa que uno tiene a los veinte años estudiando para hacer una muestra de tragedia griega o con clases de voz y expresión corporal que simplemente detestaba. No estoy de acuerdo con mi pensamiento de entonces, creo que la formación es necesaria, importante y de gran utilidad para crear, pero también pienso que el teatro tiene un regodeo en lo académico e intelectual que no le hace bien. Las credenciales que te hacen sentir que necesitás para dirigir hacen que muchos lo posterguen y posterguen, o no se animen o se sientan atrevidos. Creo que en el arte hay que ser atrevido. En la música no pasa que se le pregunte a un guitarrista de una banda de rock si sabe tocar Mozart o Bach, en el teatro está eso de “Primero tenés que pasar por esto, luego lo otro y ahí recién capaz que estás listo”.
Tu primera participación en una obra de teatro fue como actor en Roberto Zucco, bajo la dirección de Alfredo Goldstein, y un año después presentaste Snorkel, tu primera creación como dramaturgo. ¿Cuál fue el estímulo que te llevó a escribir una obra a la que también dirigiste y donde participaste como actor?
Sí, esa fue mi primera participación. Era un personaje obviamente chiquito, pero haber debutado pisando el Solís y con la Comedia Nacional fue algo muy extraño, además de un privilegio que quizás en ese momento no valoré. Fue muy útil y enriquecedor. En cuanto a Snorkel, tiene que ver con lo que te decía. En ese momento había dejado la escuela de teatro y recién estaba comenzando a actuar en El Galpón, pero muy rápidamente me di cuenta de que actuar solamente no me satisfacía. Actuaba en obras y pensaba “¿Por qué estoy parado en el escenario diciendo esto? ¿Por qué estoy contando esta historia que es de otro y que no me interesa?”. Primero empecé a buscar obras que me gustaran y hacer adaptaciones de mis libros favoritos. Pero, claro, mi inexperiencia hizo que ni pensara en los derechos de autor y demás, así que fue una especie de “Al carajo, voy a escribir mis cosas para no depender de nadie”, y así empecé. Tenía material suelto que me sirvió de punto de partida para Snorkel y muchos amigos y amigas actores y actrices. El entorno fue de mucha ayuda.
¿Te sorprendió la respuesta de la crítica y del público con el estreno de Snorkel? ¿Qué reflexión te merece esa recepción con premios y permanencia de la obra en cartel?
Me sorprendió mucho. Ver que había un público que se identificaba con lo que la obra decía y que además era un público mucho más amplio del que hubiera imaginado fue muy gratificante y sorprendente. Había personas que la veían más de una vez, incluso cuatro o cinco veces, algo inusual para una obra de teatro. Las críticas eran positivas y luego vinieron las nominaciones y los premios. Fue un impacto rápido el que logró la obra, abrupto. Creo que la empezamos a disfrutar más a partir del segundo año. Una de las reflexiones que me dejó es que sin duda había temáticas que no se estaban abordando en el teatro, que había un enorme fragmento de la sociedad cuyas historias permanecían en silencio, indignas de ser representadas y menos de manera descarnada. Había reflejos que aún no veíamos en el escenario, y necesitamos ver nuestro reflejo, aunque no sea el más bonito.
En tus obras están muy presentes el humor sarcástico, seres marginados, familias disfuncionales, el humor negro, el rock y la cultura pop. ¿Te parece que estas son las características que las definen?
Sin duda esas son algunas de las características que definen mis obras. También creo que son los elementos que quizás más llaman la atención al público, por su efecto, por su crudeza. Esa carcajada incómoda y lo políticamente incorrecto es con lo que más se suelen quedar, pero creo que eso es la forma, el estilo. Mis obras no dejan de ser trágicas, esa es una característica fundamental: las pequeñas tragedias de la vida, las tragedias cotidianas. También la desesperanza, la soledad, la búsqueda del amor. Pero sí, las características que mencionaste, que tienen que ver con la manera de abordar los temas, digamos que definen mis trabajos en gran medida.
¿Qué dramaturgo o director (clásico o contemporáneo) considerás fuente de inspiración a la hora de componer una obra?
Tengo que admitir que mis fuentes de inspiración no vienen en general del teatro, sino del cine, la música, los libros y artistas visuales. Del teatro absorbo mucho cada vez que trabajo en un proyecto que no es mío. Haber actuado bajo la dirección de distintos directores me dio distintas herramientas que me ayudan mucho en mis puestas. También una enorme fuente de inspiración para mí es la vida diaria, la rutina, las tediosas charlas de ascensor, hacer cola en el súper para comprar una lata de atún, levantar la caca del perro. Todo eso es una gran inspiración para mí.
¿Formás parte del elenco de El Galpón? ¿Qué lugar ocupa en tu formación teatral esta institución, con una historia casi mítica y que es reconocida por su compromiso político a lo largo de más de setenta años?
No soy más integrante de El Galpón. Ya mis proyectos individuales no eran del todo compatibles con la manera de trabajar dentro de una institución, y luego al abrir La Cretina lo reafirmó. Para estar dentro de una institución tu proyecto tiene que ser ese y el mío era otro. El lugar que ocupa El Galpón en mi formación es enorme, ya que es donde desarrollé prácticamente toda mi carrera actoral teniendo la suerte de trabajar con directores muy importantes y talentosos como Aderbal Freire Filho, además de haber tenido la posibilidad de viajar a festivales internacionales y tantas otras cosas. Pero además de todo eso, la relación que tengo con El Galpón es de fraternidad, es una casa para mí, donde tengo grandes amigos y están las personas que me vieron dar los primeros pasos en esto y me abrieron las puertas.
¿Cómo fue trabajar con Tabaré Rivero como coautor de la obra musical La euforia de los derrotados? ¿Cuánto influyó ser escrita para ser representada por el elenco de la Comedia Nacional y qué desafíos te planteó esta pieza por ser una obra musical?
Con Tabaré ya habíamos hecho un par de espectáculos conceptuales con la banda y Los Cretinos: Fugas disociativas, que eran dos fechas, una en el Solís y otra en la Zitarrosa; luego El confort de los esclavos en el Sodre y alguno que otro más. Ya teníamos experiencia trabajando juntos, sabíamos que nos entendíamos y que hay muchos paralelismos entre sus letras y mis textos, lo cual hace que generalmente apuntemos para el mismo lado. Acá la particularidad era que ninguno de los dos iba a estar en el escenario, no íbamos a compartir eso que tanto nos gusta. La invitación me llegó por parte de él, la Comedia invitó a Tabaré y él me llamó a mí. Me agarró justo en la mitad de la escritura de Jirafas & gorriones y casi le digo que no porque estaba todavía trancado con esta obra como para ponerme a escribir algo nuevo. Que fuera representada por la Comedia y además con la Banda Sinfónica influyó en el sentido de que iba a ser un espectáculo con una infraestructura y elementos a los que no es muy fácil acceder y eso era un gran motivador. Tener la posibilidad de escribir un musical junto a Tabaré Rivero para el Solís, con el elenco estable y la Banda Sinfónica era una oportunidad que no podía dejar pasar, pero que me costó asumir. En cuanto a los desafíos, con Tabaré ya traíamos una dinámica de trabajo en la que lográbamos que textos y canciones se fusionaran y narraran en conjunto. Creo que el mayor desafío fue desprenderme de lo que escribí ya que no participé del proceso de dirección y montaje. Fue mi primera obra para que hagan otros, digamos.
Tu última obra, Jirafas & gorriones, obtuvo premios Florencio a la mejor actriz de comedia (Virginia Méndez), espectáculo de comedia y dirección de comedia. Como en Snorkel y en Odio oírlos comer, se trata de una comedia de humor negro. Se escribió en el período de la pandemia. ¿Esa situación de encierro e inactividad teatral acentuó la percepción de un mundo más decadente y bizarro? ¿La situación de encierro fue un estímulo creativo?
En realidad, comencé a escribirla antes de la pandemia, ya no sé bien cuándo. Si hay algo que no tengo es estructura, constancia y estabilidad. Mis obras suelen surgir de un caos de textos sueltos guardados en distintas carpetas dentro de un pendrive que lleva perdido y aparecido varias veces. No me malinterpretes con esto, yo sé que en el fondo todos esos textos están unidos, el desafío es armar el puzle y unir las voces. Pero, bueno, como decía Nietzsche, “Es necesario llevar caos dentro de uno para poder dar a luz estrellas danzarinas”. En cuanto a si la pandemia influyó en mi escritura, no, no creo.
¿A qué director admirás o te gustaría que te dirigiera?
Nadie en particular.
Sos actor y dramaturgo, ¿a cuál de las dos actividades le has dedicado más tiempo y profesionalidad?
Creo que he sido igual de vago e irresponsable con ambas.
Junto con Fernando Amaral regentean el espacio cultural La Cretina, ¿cómo ha sido esta experiencia a nivel cultural y comercial teniendo en cuenta el caos que significó transitar por una pandemia?
La Cretina viene siendo una experiencia increíble. Tuvimos que transitar la pandemia como todos y gracias al apoyo de la gente y todo lo que metimos como equipo pudimos resistir. Ahora estamos enfocados en seguir generando movidas que reafirmen el lugar que fuimos ganando. Muy agradecidos en que se convirtiera en un lugar de encuentro de artistas de todo tipo, que vienen a disfrutar la casa con nosotros, de eso se trata en gran parte, de generar y compartir.
¿Cuál es tu opinión acerca del estado del teatro nacional y tus contemporáneos?
Positiva.