Por Carlos Diviesti.
Risas y lágrimas.
La vida ha sido ácida con Herschel Greenbaum: lo condenó a vivir su sueño cien años después, cuando su esposa y el hijo que no conoció ya se habían muerto, y cuando su único pariente, su bisnieto Ben, es un muchacho acostumbrado a perder más que a aspirar al triunfo. El sueño de Herschel en Schlupsk, su pueblo natal, del que debe emigrar porque los cosacos barrieron a su gente, es saborear agua carbonatada; el de Sarah, su mujer, tener una parcela en el cementerio donde descansar juntos. Nueva York se encarga de trivializar los sueños de ambos; en pos del progreso, muchas fábricas también son condenadas a la inutilidad, como esa fábrica de encurtidos donde trabaja Herschel matando ratas con un martillo de madera.
Que un hombre sobreviva cien años en una tina con salmuera es claramente una fantasía, como también que la tina con salmuera no se haya corrompido como el resto del edificio abandonado donde existiera aquella fábrica. Y que un dron se meta por el vidrio roto de una ventana y descubra la tina tapada y los dos chicos que manejan el dron la destapen y vuelvan a Herschel a la vida también, aunque eso, además de fantástico, entra en el terreno de las casualidades. ¿Son cosas que pueden suceder? No, son imposibles, todos lo sabemos, pero, ¿no llevamos con nosotros la secreta esperanza de derrotar a la muerte para alcanzar la felicidad? Exacto, y esas esperanzas, esos sueños, esos deseos, son absolutamente reales.
Como comedia AN AMERICAN PICKLE es menos graciosa de lo que uno espera. La sensación que campea mientras la ve es que todo el tiempo fuerza las situaciones para provocar risas, o sonrisas, que intentan disimular que la de Herschel Greenbaum es una historia amarga. La de Herschel es la historia de un emigrante judío, un desplazado como tantos otros, que en su tiempo no pudo ser feliz. Por supuesto que la felicidad entendida como tener espacio en un entorno capitalista no es importante, pero la felicidad no es eso. Para Simon Rich (guionista de la película y autor de «Sell out -Vendido-», el relato en el que se basa esta película, publicado en 2003 en las páginas de «The New Yorker») la felicidad se alcanza cuando se arraigan las tradiciones, cuando la gente puede rastrear en ellas las trazas del presente para forjar un porvenir mejor. Es ahí cuando AN AMERICAN PICKLE se vuelve lúcida, cuando Herschel intenta explicarle a su bisnieto Ben que el mundo será diferente, pero que no ha cambiado nada. El espíritu, tenga la religión que fuese, no se modifica. De nada valdría cambiar el espíritu cuando todos cargamos el pasado a la espalda, lleno de palabras dichas o escondido en un álbum con fotografías, hecho un garabato. Podrán decir que no es una gran película y tendrán razón, pero aún con sus simplificaciones, y con esa oposición entre pasado y futuro que compone un brillante Seth Rogen duplicado en bisabuelo y bisnieto, AN AMERICAN PICKLE dejará una estela en la memoria cuando estemos en una frontera helada en búsqueda de respuestas, y debamos recurrir a una plegaria para no olvidar lo que heredamos.