El Rey Lagarto
El 3 de julio de 1971 falleció Jim Morrison en París, dando nacimiento al mito. Unos meses antes fue publicado L.A.: Woman y The Doors entraba en un impasse. En ese momento, Morrison, junto con su mujer, Pamela Courson, decidió mudarse a la capital francesa. ¿El motivo? Alejarse de la imagen de rockstar y dedicarse a escribir poesía. Tenía 27 años al momento de su muerte e ingresó entonces al “Club de los 27”, junto con Brian Jones, Jimi Hendrix y Janis Joplin. Décadas después, se les sumaron Kurt Cobain y Amy Winehouse.
La editorial Capitán Swing acaba de reeditar De aquí nadie sale vivo. La vida de Jim Morrison, de Jerry Hopkins y Danny Sugerman, considerada la biografía definitiva del Rey Lagarto. A los autores les sobran credenciales. Sugerman era un adolescente cuando vio por primera vez en vivo a The Doors. Fue en 1967 y tras aquel acercamiento no dudó en presentarse en la oficina del grupo para ofrecerse a trabajar de lo que fuera. Sorprendido por el entusiasmo del joven Danny, el vocalista lo contrató como auxiliar de administración. El trabajo de Danny era juntar los recortes de prensa de la banda y responder las cartas a los fans. Tras la muerte de Morrison, se convirtió en el representante de los tres supervivientes del grupo: el teclista Ray Manzarek, el baterista John Densmore y el guitarrista Bobby Krieger.
Sugerman, fallecido en 2005, escribió a finales de los setenta, junto con el periodista Jerry Hopkins, colaborador de la revista Rolling Stone, De aquí nadie sale vivo. La vida de Jim Morrison, manuscrito que fue rechazado por más de treinta editoriales hasta que en 1980, cuando por fin consiguió que se lo publciaran, se mantuvo nueve meses en la lista de los más vendidos del periódico The New York Times.
La investigación de Sugerman y Hopkins es exhaustiva y logra armar, como si se tratara de un puzle, la vida de James Douglas Morrison, nacido en Melbourne el 8 de diciembre de 1943. Aborda la relación familiar con sus padres y sus hermanos, así como con sus amigos en la escuela y en la adolescencia, como es el caso de Tandy Martin Brody, su compinche durante un buen tiempo y centro de algunas de las bromas que solía gastar Jim. La amistad entre ambos terminó cuando la familia de Morrison decidió mudarse a Florida.
En esa etapa de su vida, cuando la música aún estaba ausente, se puede descubrir en el adolescente Jim a un lector voraz. De eso dan testimonio algunos de sus profesores y sus primeros intentos por escribir poemas. Leía, con especial atención y admiración, a Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Friedrich Nietzsche y a los Beatniks. On the Road, de Jack Kerouac, le abrió la cabeza, según confesó él mismo años después. También leyó a Allen Ginsberg y Gregory Corso. Incluso, en Los Ángeles, en la mítica librería City Light Books, se encontró con Lawrence Ferlinghetti. El adolescente, tímido, le dijo “Hola”. El poeta le devolvió el saludo y Jim se fue corriendo, lleno de vergüenza. El poeta inglés William Blake era otro de sus preferidos. El nombre de la banda proviene de Las puertas de la percepción, de Aldous Huxley, sobre la mescalina, inspirado a su vez en la cita de William Blake: “Si las puertas de la percepción fueran depuradas, todo aparecería ante el hombre tal cual es: infinito”. No es difícil imaginar que la idea de nombrar así a la banda fue de Morrison.
El libro transita por las diferentes etapas de su breve vida (con centenares de testimonios) y apunta especialmente al frontman sexy que hipnotizaba a un público ávido de romper con las reglas sociales en busca de la libertad. Sus movimientos cadenciosos, el manejo de su voz y los climas que creaba sobre el escenario, a veces recitando algunos de sus poemas, lo convirtieron en un mito viviente. Pero el mito estaba cansado. Quería desaparecer y planeó un viaje con su pareja a París. Allí vivieron en un apartamento en Le Marais, lugar donde fue encontrado muerto en la bañera. Los casi tres meses que vivió en la ciudad europea no los pasó bien. Por un tiempo, pareció contento con escribir y explorar París, pero luego volvió al alcohol. Pese a que le decía a su pareja que estaba dejando de beber, lo cierto era que cada día la ingesta de alcohol aumentaba. Se sentía deprimido porque no podía escribir poemas. Jim Morrison –y eso queda claro en la biografía– quería ser reconocido como poeta más que como músico o vocalista de rock. El 16 de junio registró sus últimas grabaciones conocidas, cuando conoció a dos músicos callejeros y los invitó a un estudio. Los resultados fueron estrenados en 1994 en el LP pirata The Lost Paris Tapes.
El 3 de julio fue encontrado muerto en la bañera de su apartamento. La conclusión fue que falleció debido a un ataque al corazón. Pero el hecho de que no se le hiciera autopsia antes de ser enterrado y de que el forense cometiera en su informe oficial la negligencia de describir el cadáver como el de “alguien de más de cincuenta años y 1,90 metros de altura”, alimentó la idea entre sus fans de que no había muerto (como con Elvis Presley, hay gente que todavía cree haberlo visto en una ignota calle de alguna ciudad). Que todo había sido una puesta para liberarse de la fama y poder vivir sin ser reconocido por nadie. Esto también fue alimentado por el propio Morrison, quien, en más de una oportunidad, coqueteó con la vida de Rimbaud, con dejar todo y perderse en África.
Además, Pamela Courson mantuvo el cuerpo de Morrison durante más de cuatro días en el apartamento que compartían, depositando hielo a su alrededor para detener parcialmente el proceso de descomposición. También se dijo que el padre de Jim sacó el cuerpo de su hijo del cementerio para llevarlo a Estados Unidos.
El propio tecladista de The Doors contribuyó a la leyenda urbana. “Si existe un tipo capaz de escenificar su propio fallecimiento ‒creando un certificado de muerte ridículo y pagándole a un doctor francés‒, poner un saco de ciento cincuenta libras dentro del ataúd y desaparecer a alguna parte de este planeta ‒África, quién sabe‒, ese tipo es Jim Morrison. Él sí sería capaz de llevar todo esto a buen puerto”, sostuvo Ray Manzarek.
Tampoco está clara la causa de su muerte. Algunos afirman que fue una sobredosis de heroína. Otros dicen que se trató de una falla cardíaca mientras tomaba un baño. La única testigo fue Pamela Courson, que estaba en el dormitorio del apartamento al momento de la muerte de Morrison. Su entierro, en el cementerio de Père Lachaise, fue privado. Apenas concurrieron cinco personas y en su tumba, lugar de peregrinaje obligado de sus seguidores, se puede leer el epitafio escrito en griego: ΚΑΤΑ ΤΟΝ ΔΑΙΜΟΝΑ ΕΑΥΤΟΥ, cuya traducción sería “Fiel a su propio espíritu” o “De acuerdo con su propio demonio”.
Courson falleció tres años después, a raíz de una sobredosis de heroína, llevándose el secreto de aquella noche a su tumba. Mientras, miles de seguidores sueñan con encontrarse con el Rey Lagarto en un bar en cualquier parte del mundo.
De aquí nadie sale vivo. La vida de Jim Morrison, de Jerry Hopkins y Danny Sugerman. Capitán Swing, 390 págs. Distribuye Escaramuza.