La curiosidad
Enciclopedias y diccionarios que cualquier ciudadano de a pie puede consultar en la red de redes, o desempolvar de la biblioteca hogareña, anotan varias cualidades sobre curiosidad, palabra usada a veces como elogio, a veces en enunciados sancionadores, o incluso condenatorios. Dicen estos repositorios del significado: es cualquier comportamiento inquisitivo natural, que impulsa a los individuos a explorar, investigar y aprender.
En materia musical tales condiciones no suelen tener buena prensa. ¿Qué es un músico que pone en juego la curiosidad en el tratamiento de los materiales con que trabaja? ¿Qué es un escucha curioso, que inquiere, que investiga, que trata de aprender? En cualquiera de los dos casos, mercado y los grandes medios no dudan: son seres raros, que hacen música rara, que escuchan proyectos raros. En fin, son las anomalías que el sistema intentará disciplinar a cualquier costo.
Pero, estimado lector, ¿qué es una música rara? ¿Es lo que suele confundirse con la etiqueta experimental? ¿Qué sería experimental? ¿Algo necesariamente raro? ¿Serían esas canciones que no tienen melodías lindas? ¿Serían las composiciones que nunca figuran en los premios de la industria ‒salvo en esas categorías llamadas, otra vez, cómo no, experimentales‒, ni están ni estarán en las atentas grillas de los programadores radiales? ¿Serían esas canciones o discos o repertorios más extensos que no cuadran en ningún género o etiqueta conocida? ¿Serían las que generan dudas, sospechas, inquietudes, en los procesos de categorización y filiación estilística, y que pueden ser tanto del género A como del género Z, y funcionar igual?
La música del joven artista uruguayo Damián Gularte es uno de esos casos. Uno que les complica la cosa a los reseñadores que han curtido su oficio buscando parecidos e influencias. Entonces, ¿qué hacer con un disco como Paraíso transgresor, que Gularte acaba de lanzar en la plataforma Bandcamp (https://damiangularte.bandcamp.com/) y que en breve tendrá su edición física en formato CD?
Sus discos anteriores fueron contundentes: Individuo rodeado, los notables Manjar hembra y Mundos distintos, y el penúltimo, Contracorrientes. Obras que se destacan por su originalidad en el enfoque compositivo y en una forma de interpretación de esas que califican para la etiqueta no se parece a nada conocido. Un camino de exploración de un lenguaje personal, la activación de esa sana curiosidad por ir hacia dominios poco frecuentados, evitando lo obvio, capitalizando la inquietud por diseños melódicos que esquivan el camino cantado, movimientos armónicos que van de lo cíclico a lo estático creando estados de tensión que postergan las resoluciones: esos movimientos que dejan la atención en vilo, concentrada en flujo de detalles de cada voz, de cada instrumento. Un lenguaje que provoca el misterio, que genera la intriga y la imposibilidad de despegarse y de olvidarse de pensar en etiquetas como tango, candombe, rock. Se trata de música.
Paraíso transgresor es un bello ejemplo de esa curiosidad, coproducido por Gularte y uno de sus socios en otros tantos proyectos, Elniño Quetocafuerte. Para la grabación él se encargó de las voces, guitarras, algunos bajos y la programación de las baterías. Completaron el combo de estudio Sebastián Zinola (teclados), Pablo Pelao Meneses (percusión), el maestro Néstor Vaz (bandoneón en la pieza ‘Libro abierto’), Martín Pugin (otro talento del fuelle tanguero, que hizo su parte en ‘Paraíso transgresor’, el título que abre el disco), Herman Klang (piano en ‘Sonrojar’), João Paulo Ramos Barbosa (saxo en ‘La tierra’), Marcella Ceraolo (coros en ‘Paraíso transgresor’, ‘Film europeo’ y ‘Conciliar’), Manu Altamirano (flauta en ‘Elefante sagrado’).