Cecilia Mattos expone en el Espacio Cultural del edificio Artigas, en la Ciudad Vieja.
Desde hace años, la obra del pintor Pedro Figari es motivo de intensa investigación por parte de Mattos. La artista incursiona en esculturas y maquetas con gran solvencia y éxito interpretativo. Ha descubierto la enorme plasticidad de las formas figarianas y lo demuestra en el volumen, a partir de pequeñas esculturas de sus personajes, incluyendo el célebre ombú y, además, casas, animales y elementos de la iconografía de nuestro gran pintor nacional.
Es curioso confirmar la profunda empatía de la artista con esta iconografía, desde la que extrae los elementos más significativos ‒la forma y el color‒, habiendo comprendido que la pintura para Figari era un relato plástico. El sentido semántico en Figari está demarcado como compromiso humanista, sobre todo con la etnia afrodescendiente, en la que define plásticamente un folclore desde sus ritos y sus costumbres. Cecilia Mattos recompone este pensamiento y acierta en la transmisión de los contenidos en sus pequeñas esculturas.
Cuando hace sus experimentos en volumen con las niñas de Renoir, el resultado ya no es tan efectivo. Si bien logra cierto candor que el artista impresionista confiere a sus modelos, el traslado de este contenido se hace más complicado que ante los temas de Figari. Se trata aquí de una cuestión de lenguaje. La expresión en Renoir se logra únicamente con el lenguaje de la pintura. Es imposible traducir esta expresión al lenguaje de la escultura. No se trata, por lo tanto, de un mero problema de representación. En Figari el problema es de forma, por lo tanto, es compatible la extrapolación. La forma de Figari (que incluye el color) se comprende desde la percepción integral (desde el gesto), mientras que en Renoir la expresión es particular y responde a una sensibilidad hacia una selección de datos en la que la técnica del trazo y la mancha de color producen el efecto de captar la personalidad, que es intangible.
Al cambiar la forma también cambia el contenido. Renoir, eximio colorista, sostenía un canon de composición de origen en el último Barroco, donde era necesario mantener los signos del objeto de representación, aunque el talento del pintor impresionista logra que la descripción ingrese a un plano peculiar de representación que trasciende el tema como descripción (o alegoría) y permite ingresar en la propia expresión, generando especiales categorías como “la niñez”.
Las niñas de Renoir indican todo lo inocente, puro y bello que tiene la niñez. Sus figuras femeninas señalan todo lo que la mujer significa como tal desde la sensualidad. Figari, por su parte, rechaza este tipo de expresión de origen en el canon de la mímesis para anteponer la supremacía del concepto. Mientras que lo humano en Figari es concepto plástico –del negro y sus costumbres, pero también del gaucho y del indígena‒, su estética posimpresionista se atiene a la revisión de los conceptos clásicos y llega a una forma perfectamente plástica sin recurrir a la representación de la realidad. En el imaginario de Figari hay una sustitución del concepto de belleza. Crea una visualidad abstracta que se remite al tema desde el propio concepto de pintura. En virtud de esta diferencia epistemológica entre dos modelos de representación, se hace evidente la complejidad de representar el contenido de Renoir desde un lenguaje que no puede hacer accesibles los signos de la expresión de otro. No por ello se debe concluir que las esculturas de Mattos son sencillas de realizar. La artista ha comprendido a la perfección el dibujo (y el color) del maestro y lo interpreta en tercera dimensión en un acto de homenaje desde un profundo sentido espiritual.
En otro orden, la artista presenta sus paisajes, concebidos desde la forma del color que los hace táctiles y, por supuesto, fuertemente plásticos. Hemos visto que estas también son características figarianas; no obstante, la artista logra una evidente independencia que la distancia de este paradigma de la pintura uruguaya desde el punto de vista del estilo. También incursiona en obras pictóricas, en las que incorpora telas y otros elementos sin que sean precisamente collages, sino obras que obedecen a necesidades puramente expresivas y por ende genuinas, por lo que no necesariamente deben estar contenidas en alguna categoría. Cecilia Mattos ha encontrado un núcleo de creatividad fecunda a partir de experimentos puramente sensibles, y demuestra ser consciente de esta creatividad, tanto cuando expone obras de carácter singular como en su revisitación a Pedro Figari.