Entrevista a Julieta Anaut
La húmeda sequedad del terruño
Guillermo Baltar Prendez
En el amplio y rico universo de la fotografía argentina, la obra de Julieta Anaut destila personalidad. La artista se instala en los márgenes de la realidad y la ficción, construyendo un universo tan autorreferencial como vasto. Hace unos años, Anaut presentó, en la sala Espacio Foto, fotografías de su serie La llegada de las mujeres salvajes. El hecho marcaba “un pequeño gran acontecimiento”, como escribí por entonces, y un acierto del Foto Club Uruguayo. Anaut retoma los hilos que la entrelazan a los confines de su tierra natal, la ciudad de Cipolletti, en la provincia de Río Negro, en la Patagonia argentina. Desde ese reducto se tejen y destejen sus historias, tanto en la evocación del mito como en la conformación ficcionada de estas. Dueña de una poética de envergadura, su obra se expande más allá de la imagen detenida. Su incursión en el campo del video ha ampliado la riqueza de sus discursos. Mientras trabaja en nuevos proyectos, la artista –que ha obtenido diferentes premios y participado en festivales de cine y videoarte en Europa y América Latina– concedió esta entrevista para Dossier, en la que deja reflexiones sobre el momento de la creación, sus instancias y su relación con el mundo de las imágenes.
En general, me interesan las representaciones que remiten a otros tiempos y al traspaso de la frontera que separa lo mundano y lo sagrado, o la cultura y la naturaleza. Me interesa el tema de los rituales, del sacrificio y de la muerte en tanto transformación. También el culto a la naturaleza y los elementos gestuales o simbólicos que expresan la relación con ella. El tema principal en mis obras es el cuerpo, particularmente los de mujeres, que suelen ser personajes que forman parte de estas ficciones, rituales imaginados o fotoperformances. Mediante la fotografía o el video quisiera dar un nuevo significado a creencias antiguas, quizá por una ausencia o un vacío que siento al respecto. De este modo quiero hacer referencia a una espiritualidad que involucre a la naturaleza, al instinto y la mujer. Algo así como una necesidad de fe que sólo he podido experimentar a través del arte. Encuentro belleza en la unión de lo contemporáneo y lo antiguo, como dos mundos que interactúan. Incorporo elementos que den indicios de ambas situaciones. Son muchas las inspiraciones que encuentro; por ejemplo, el paisaje, la naturaleza, el mundo vegetal, las mujeres, las actividades artesanales, la poesía, los sueños, los relatos míticos y místicos, los adornos, los ornamentos, objetos de adoración y pequeños cuerpos naturales con carga simbólica como caracoles, perlas, flores, etcétera. Pero también es cierto que, más allá de estas inspiraciones, me interesa mostrar una experiencia personal, no tanto para el público, sino como un modo de transitar mis emociones y comprender mis vivencias. Es por eso que en la mayoría de mis obras también he incluido mi cuerpo. Un cuerpo que quiere contar la propia historia, sin más pretensiones que simplemente ser y saberse existente. Una corporalidad que se ofrece, nace, rescata, muere, renace, encarna y vive lo extinto. Así puedo hacerme nacer una y otra vez, a mi imagen y semejanza, en un nuevo vínculo con el paisaje. Como artista del sur de mi país, residiendo varios años en la Ciudad de Buenos Aires, gran parte de mi obra se ha producido a partir de la experiencia propia de este intercambio. Es una convivencia constante en una gran ciudad y los permanentes viajes a mi lugar de origen, más identificado con la naturaleza. Cuando pienso en los escenarios para las composiciones, pongo especial atención en los espacios que me son cotidianos y en los objetos que me significan representativos de ese contexto. Así, la fotografía y el video no sólo me permiten plasmar mi subjetividad y comprender mi relación con ese entorno, sino también traspasar mis propias fronteras, intentado alcanzar nuevos horizontes y pensar en otras posibilidades de mi relación con lo natural. En mis búsquedas siempre están presentes las personas y los paisajes que me circundan, como una forma de conocimiento del lugar que habito o al que pertenezco, ya sea la Patagonia, el desierto, una gran ciudad o pueblos del interior del país. Siento que siempre estoy narrando los procesos en los que me encuentro; de algún modo son emigraciones o crecimientos que logro afrontar a través de ceremonias propias.
Además de la sequedad y sus metáforas, el agua como elemento aparece ininterrumpidamente en sus imágenes. En el video Ofelia en el cristalino arroyo, la protagonista se sumerge en una quimera acuática, metáfora de un estanque personal y sus posibles irrigaciones. Y los vestigios marítimos también subyacen a ‘En la frontera’. Parece que el universo acuoso sobrevuela al fin.
Es cierto esto, en mis trabajos el elemento agua siempre está presente de algún modo. Es una manera que tengo de representar a la naturaleza en general, abreviada en el símbolo del agua. También como símbolo de vida y renacimiento. Supongo que tiene una relación directa con mi lugar de origen, que es el desierto patagónico, pero también lo es más específicamente el valle. Vengo de la región del Alto Valle de Río Negro. Allí ese río es esencial. La foto que nombraste, ‘En la frontera’, pertenece a una serie denominada Destierro del mar; allí soy una sirena que anda vagando por distintos contextos: el mar, los lagos, el desierto y la ciudad, y soy una desterrada o, quizá mejor dicho, desarraigada. En los momentos en que el desarraigo se hace presente, siempre busco los símbolos más cercanos que encuentre para conectarme con aquello que está lejos. El agua para mí es una referencia de ese sentimiento. En este mismo sentido, en Ofelia en el cristalino arroyo, sumergirme en el agua es un intento por renacer a partir de eso que me es propio: hacerme fuerte ligada a mis vínculos más cercanos. ‘Desierto infinito y las ramas con espinas’ es un ritual para que finalmente llueva. En ‘Diluvio’ o ‘Árbol del milagro’, de la serie La llegada de las mujeres silvestres, el agua o un pequeño árbol creciendo en el desierto parecen ser una bendición. En ‘Metamorfosis áurea’ y ‘El día en que Santa Clara emergió de las tinieblas’, de la serie Fauna latente, el agua es parte de esta fusión del personaje con su entorno. En el video La mirada detenida, el personaje emprende un viaje que finaliza con una especie de salto al vacío, que es en realidad el salto desde un acantilado a un lago que la reincorpora al paisaje.
Primero hice el profesorado de artes plásticas, con especialidad en pintura y grabado, en el Instituto Nacional de Artes (INSA), en Río Negro. En mis estudios de pintura incluí el trabajo textil, ya que en el fondo siempre fui una costurera. Una vez que terminé la carrera, me mudé a Buenos Aires. Allí, sin mi taller de pintura ni el de grabado, y con muy poco espacio para trabajar, me interesé por practicar con la computadora, que era una de las herramientas que tenía más a mano. Así fui experimentando con composiciones digitales en las que combinaba dibujos, imágenes escaneadas, estampados y un poco de fotografía. Este era un trabajo más bien gráfico, más parecido a un grabado. A partir de estas exploraciones con las imágenes digitales, inicié el taller de fotografía dictado por Nicolás Trombetta y Laura Ortego, interesada sobre todo en producir mis propias imágenes para manipularlas digitalmente. En ese momento, además, comencé a trabajar con el grupo de cine Humus, participando en el área de vestuario y arte en sus realizaciones cinematográficas. Por otro lado, trabajé varios años como asistente de Matilde Marín, ocupándome del retoque digital de su obra fotográfica. A partir de todos estos trabajos, tanto de vestuario y escenografía como de posproducción digital, tuve la necesidad de hacer mis propias puestas en escena y, más adelante, un trabajo más amplio de fotomontajes. Es así que la fotografía llegó a mí como una herramienta que me permitía unir varias de las técnicas en las que me había formado y que me interesaban. Siempre pensé mis fotomontajes como si fueran una pintura, comenzando con un boceto en dibujo, luego con un “lienzo” en blanco donde se iban incorporando por partes el fondo, los personajes y demás elementos. También utilicé la fotografía para componer ilustraciones digitales que combinan lo fotográfico con el dibujo. A la vez que desarrollé mi trabajo en fotografía, también incorporé el video, trabajando en conjunto con el cineasta Ignacio Laxalde, integrante del grupo Humus, realizando producciones experimentales de videoarte y videoperformance. Luego cursé otros talleres, por ejemplo de vestuario, y también seminarios teóricos sobre fotografía, arte y naturaleza, performance, entre otros, y todos fueron un aporte para mi trabajo creativo.
En sus fotografías y en sus videos, el recurso escenográfico adquiere un importante papel. Podemos hablar de una fotografía performática. ¿Cuánto de ello resulta de su formación plástica?
Desde los comienzos de mi formación artística me sentí atraída por la variedad de técnicas, la experimentación y los resultados que podía obtener al fusionarlas. En general, mis trabajos no suelen estar concebidos con una sola toma fotográfica, ya que al tratarse de fotomontajes, siempre hay gran cantidad de elementos que componen las imágenes. Estos son registros que voy recopilando de diferentes experiencias. Por otro lado, se suma la figura humana retratada en estudio o taller. La manera de construir las obras es bastante espontánea y algo casi cotidiano, porque voy juntando material fotográfico: paisajes u objetos que puedan servirme como escenarios, utilería o vestuario. A partir de esta recolección comienzo el trabajo de posproducción y utilizo ese material a medida que voy haciendo las composiciones. Es por esto que la fotografía para mí no es el total de la composición de la obra, ya que intervienen el vestuario, la actuación de las modelos o personajes, la escenografía, el dibujo o la pintura, el retoque digital, el fotomontaje o collage digital. Es decir, en los fotomontajes y puestas en escena, las etapas de preproducción y de posproducción son tan importantes como la toma fotográfica en sí. Este trabajo además se complementa con la utilización del video. A partir de mi formación en pintura y grabado, e incorporando la fotografía y el video con todas las otras disciplinas que estas incluyen, me muevo libremente entre las técnicas digitales y las más plásticas, manuales o artesanales. Incluso el video me permite trabajar con otros autores, por ejemplo en el caso de la música o la actuación.
En una fotografía tan rica como la argentina, sólo por citar ejemplos distantes como Marcos López o Adriana Lestido, ¿dónde sitúa sus trabajos?
Es difícil ubicarse a uno mismo dentro de un circuito, pero de un modo muy general diría que me interesa estar relacionada con una corriente de artistas que trabajan desde la fotografía, el video o la performance abordando temas como el cuerpo, el género o la autorreferencia. En cuanto a esta corriente dentro del circuito de Argentina, siempre me han inspirado las obras de artistas como Grete Stern, Alessandra Sanguinetti, Nicola Costantino, Tatiana Parcero, Fabiana Barreda, Flavia Da Rin, entre otros. Y en el contexto de Latinoamérica, me interesan las obras de artistas como Ana Mendieta, Graciela Iturbide, Ana de Orbegoso y otros. En cuanto a artistas internacionales, me resultan interesantes e inspiradoras las obras de Francesca Woodman, Claude Cahun, Mary Beth Edelson, y más contemporáneas que me acuerde rápidamente, Vanessa Beecroft, Mariko Mori.
Me conmueve que cite a Ana Mendieta. Pero Mendieta tiene mucho de brutal y arcaico, su obra –incluso aquella en la que hace referencia a la muerte o a la sequedad– tiene otro entramado. Cuando cita a Grete Stern supongo la vulnerabilidad de lo real y el desencadenamiento de las metáforas.
En cuanto a Ana Mendieta, la nombro más que nada porque me interesa su intención de unión con la naturaleza a través de sus performances, utilizando como trama lo espiritual y los rituales de su tierra natal. Y de Grete Stern, más allá de su técnica, también me resulta motivadora la reivindicación feminista que propone. De todos modos, no nombré a esas artistas porque encuentre una relación específica con mi obra, sino más bien por una inspiración o admiración que tengo hacia sus trabajos y búsquedas.
¿Considera dejar la fotografía y dedicarse al video? ¿Cómo maneja esas dos pulsaciones?
No, al menos por ahora no tengo la intención de cambiar la fotografía por el video. Ambas técnicas me interesan, y encuentro un modo diferente de expresarme en cada una de ellas. Por lo general, las búsquedas iniciales de cada serie surgen en un primer momento siempre desde las imágenes fijas, es un modo de explorar en el que me siento más libre. Luego sí aparece el video y se suma como un complemento a las imágenes fotográficas.
¿Qué significado tiene para usted el misterio de la imagen, tanto en las que produce como en las ajenas?
Hay una afirmación de fe que está presente en la poética de los diferentes relatos que se pueden ver en las obras. Por lo general, suelen representar historias de mujeres que se ofrecen al sacrificio, a la peregrinación, al caminar constante o vagabundeo entre la naturaleza y la ciudad, en busca de una reconexión con el entorno natural. Su relación con los elementos naturales, como pueden ser el agua, las plantas, los animales, invade a los personajes de un aura mística. Pero en particular me emociona cuando pienso en una mujer que cambia su destino para interpretar un nuevo enigma. Pienso a esa mujer como una verdadera amazona, de las que siempre han existido fuera de los confines del mundo civilizado, recorriendo las fronteras. Además de las experiencias propias, siempre me han inspirado los cultos que se desarrollan con gran fuerza en la cultura popular hacia las diosas, santas o vírgenes; por ejemplo, la Difunta Correa [mito popular argentino], la Virgen de Guadalupe o Iemanjá. Del mismo modo me han inspirado las procesiones, peregrinaciones y festividades que se llevan a cabo alrededor de estas creencias que se construyen en el alma de los distintos pueblos latinoamericanos. Estas escenas me atraen fuertemente y resuenan en mi mente al momento de expresarme. En el mundo de los mitos abundan situaciones de sueños, de seres y espacios irreales que me han servido para la construcción de un lenguaje que me acerca a lo instintivo e intuitivo. A la vez, esta misma ficcionalización me ha posibilitado hacer recortes de la realidad, mostrar sitios, construcciones e individuos con las características de este tiempo y de mi lugar.
Es su forma de concebirlas.
Como artista de la Patagonia, me siento identificada con ese paisaje que me es propio, el del desierto. He nacido y me he criado en ese contexto árido y despojado. Hacer arte en estos espacios me ha llevado a habitarlos de otro modo, en un sentido más cercano y profundo. Las espinas, los cactus, la tierra seca y quebradiza, son parte de los escenarios que a veces se observan en mis trabajos. La relación con el agua también surge desde este contraste. Hay diferentes concepciones que describen la poética del desierto en una visión negativa de la nada y el vacío, idea que puede surgir de la austeridad y la quietud que lo caracterizan. Esta idea cambia ante la experiencia vivida en el desierto, que puede llevar al descubrimiento de un mundo extremo, sencillamente sutil y lleno de una vida nómade y silenciosa. Me interesa el vínculo que tiene con el sacrificio y la transformación que este conlleva, como el espacio propicio para la introspección, un acercamiento a la soledad, un encuentro con un ser más esencial y verdadero. Muchas veces se lo relaciona también con la muerte, pero en mis obras no se trata de un final en sí, no es una muerte verdadera, sino algo que se le asemeja. He interpretado personajes como Ofelia, la Difunta Correa o una sirena en un río seco, acercándose a su muerte, desde una intención de renacimiento y traspaso a otro estado. El intento por alcanzar un cuerpo hermanado a la naturaleza me ha llevado a pensar en la muerte como un medio para lograr representarlo. En las últimas series también lo es la idea del nacimiento. Seguramente se trate de esta necesidad de fe que mencionaba.
En sus trabajos asume un acto autorreferencial. Como es ese desdoblamiento entre autor y personaje. O como en el caso de ‘La Difunta Correa’, situada detrás de la cámara.
Me interesa estar atenta a todo el proceso de construcción de la imagen, desde los preparativos hasta los momentos de las producciones fotográficas y la posproducción. Cuando ocupo el lugar del personaje, trabajo en conjunto con Ignacio Laxalde, que es cineasta y fotógrafo, y es quien me toma las fotografías. Es un proceso de ida y vuelta entre las imágenes que se van registrando a cada momento, que a la vez van modificando el resto del desarrollo de la producción fotográfica. Es decir, voy tomando decisiones a medida que salgo y vuelvo a entrar en la escena, estoy un poco en los dos lados. Es un modo de trabajo que desde el principio comenzó así, y entonces estoy muy acostumbrada, me resulta muy natural hacerlo de ese modo, me veo a mí misma en la imagen retratada de la misma manera que cuando trabajo con otras modelos y yo uso la cámara. Voy corrigiendo mis poses a partir de lo que va quedando registrado en las fotografías, algo así como si fuera un espejo que me muestra a destiempo. Por otro lado, en los videos o las fotos en que no soy el personaje, suelo trabajar con gente muy cercana a mí, con quienes tengo una relación especial, entonces eso me da mucha confianza. Disfruto ambos modos de producción, cuando estoy delante y detrás de la cámara. Y siempre, sean actrices o no, el trabajo está basado en la intuición y el que se va desenvolviendo es más bien un proceso de encontrar y descubrir.